sábado, 25 de enero de 2014

La verdadera felicidad.

¿Alguna vez os habéis parado a pensar en el problema nuestra sociedad? Yo sí, día a día, cada vez que veo las barbaridades que vamos haciendo y creo que poco a poco voy sabiendo de qué va ese gran problema que está destrozando nuestro mundo. ¿Sabéis cuál es? El egoísmo, esas ganas que tenemos de conseguir la felicidad a cualquier coste. Y es que nos pegamos toda nuestra vida intentando ser felices, buscando algo que nos de la felicidad y no nos damos cuenta de los detalles del día a día. Vamos pasando por la vida de largo, sin detenernos en la verdadera felicidad.
¿Qué cuál es la verdadera felicidad? Una llamada inesperada, un encuentro con alguien al que hace tiempo que no veías, un abrazo cuando peor estás, la risa contagiosa por cualquier tontería, una mirada cómplice, poder saborear tu plato favorito, beber agua fresca en un día caluroso de verano, bailar la canción que más te gusta, que salga tú canción en un sitio en el que estás y ponerte a cantarla como un loco, que alguien te ceda el paso, la sonrisa que te dedica un niño con el que te cruzas por la calle, un concierto de grupo favorito en tu ciudad, unas horas más de sueño,...

Así que piénsalo, no te centres en grandes dosis de felicidad porque siempre estarás descontento, mejor mira cada una de esas pequeños trocitos de felicidad que podemos tener en el día a día y vivirás siempre siempre con una sonrisa en la cara. Pruébalo. 

sábado, 18 de enero de 2014

Mostrar siempre quién eres.

A veces es difícil ser como uno es. A veces nos da miedo que vean lo que realmente somos, cómo somos. Porque siempre es más fácil ponerse una careta y mostrar lo que los demás quieren ver. Porque... ¿y si no les gusta lo que soy? ¿Y si no me aceptan? ¿Y si nadie me quiere? 
Y ahora pregunto yo ¿Y qué? Quien no te quiera por ser como eres, que se vaya de tu vida. Quien no te acepte, lo mismo: adiós. Porque te aseguro que aunque haya momentos en los que quizá sientas que no encajas, que muchas personas al ver cómo eres se alejen o te traten diferente, merece la pena ser verdadero. Merece la pena mostrar siempre quién eres. Porque sólo de esa forma, serás totalmente feliz. Sólo así conocerás a personas geniales, porque serán esas personas las que, aún conociéndote completamente, aún sabiendo todos tus defectos, te aceptarán y te querrán tal cual. Porque ese es el amor que cuenta, no el de las personas que te quieren por esa “careta” que intentas mostrar para gustar.

Por eso yo no tengo miedo a mostrar que soy la chica más cabezona y gruñona del mundo, que tengo miedo hasta de mi sombra, que me pongo nerviosa con cualquier tontería, que no bebo nada de alcohol aunque me miren raro cada vez que lo digo, que no me gustan las discotecas ni la música a toda pastilla, que leer es una de mis actividades favoritas, que me da vergüenza todo, que lloro más de lo que debería, que soy una infantil, que adoro hacer el tonto, que no quiero crecer, que me gusta Disney y Hello Kitty, que me da miedo la oscuridad, que me encanta comer (sobre todo chocolate), que nunca uso tacones porque no sé dar ni dos pasos con ellos, que me flipo yo sola cantando (lo hago mal, pero me hace feliz), que adoro a los niños, que me paso el día dando besos y abrazos a mis padres, que tengo cosquillas en todo el cuerpo y cuando digo todo es TODO, que me da la risa en los momentos más incómodos, que cuando quiero a alguien lo doy todo, pero cuando me decepcionan una vez ya no sé olvidarlo,... Sé que no soy perfecta, es más, soy de las personas más imperfectas que conozco,  tengo más defectos que pelos... Pero también sé que quien me quiera, tendrá que quererme así, y si no, que vaya a querer a otra persona, con menos imperfecciones o quizá con una careta que las oculta. 

Estoy empezando a aceptarme..

Y un día, te miras al espejo y casi te gusta lo que ves. Sí, no eres perfecta, pero por lo menos te ves y no te das asco, que ya es un gran paso.
Hace un año estaba deprimida, no me gustaba la ropa, incluso a veces no me apetecía salir por verme horrible con cualquier cosa que me pusiera, hoy todo ha cambiado.
Ahora, después de perder 20 kilos por el camino, me siento satisfecha, contenta... No voy a decir que me quiero, porque ese es otro tema que necesito perfeccionar, pero digamos que estoy empezando a aceptarme.
Ahora me gusta ir a una tienda y ver que necesito 3, incluso, 4 tallas menos de la que usaba, me gusta comparar mis fotos de antes con las de ahora y ver el gran cambio, me gusta ver que lo he conseguido.
Algunas personas pierden peso por encajar, por gustar más a los demás, yo no. A mí no me interesa el gustar más o menos: yo necesitaba perder peso para empezar a vivir, para dejar de amargarme, para sentirme agusto conmigo misma.
Nadie imagina lo orgullosa que estoy del progreso que he hecho, pero tampoco nadie imagina el esfuerzo que hay por mi parte para llegar a conseguir lo que me había propuesto. Empezar la dieta fue horrible, eso de no poder comer muchas cosas que me apasionaban me dolía, el ver que la gente comía bolsitas y dulces y yo no podía porque “estaba a dieta”.  Poco a poco, comencé a acostumbrarme a comer más sano, a controlar lo que comía y a no comer entre horas. También me tocó ponerme en serio con el deporte, actividad que no me disgusta pero tampoco me apasiona. Los primeros días acababa agotada, con agujetas por todo el cuerpo y casi sin poder moverme. Pero conforme el tiempo iba pasando, le cogí el gustillo a eso de moverme y entonces no podía estar casi ningún día sin ir a aerobic, hacer bici o simplemente salir a andar una hora.  También he tenido días odiosos, donde me pesaba o me miraba al espejo y no veía ningún cambio después de hacer tantos sacrificios, días en los que casi tiro la toalla, pero a cabezona no me gana nadie y continué con mi propósito. Y sí, a día de hoy puedo decir que lo he conseguido, que puedo salir a la calle sin querer esconderme, que puedo mirarme y no querer morirme del asco.

¿Y sabéis lo mejor de todo? Que con esta experiencia no sólo he perdido los kilos que quería, sino que he ganado confianza en mí misma, he comprobado en mi propia piel eso de “quien quiere puede” y he visto que las cosas, con esfuerzo y constancia, siempre se logran. Y que, aunque no veamos el resultado inmediatamente, tarde o temprano, todo lo que hemos hecho merecerá la pena. Porque son estos retos por los que merece la pena vivir, ya que la vida consiste en eso, en ir consiguiendo cada uno de los retos que nos vamos proponiendo. 

viernes, 3 de enero de 2014

Mes y medio de prácticas.

¿Sabéis lo que es pasar un mes y medio entero sin poder parar de sonreír? ¿No? Yo sí, yo he tenido la oportunidad y la suerte de pasar 6 semanas con una sonrisa en la cara, sin que ningún motivo fuera tan fuerte como para quitarme esa gran felicidad que tenía. La razón es simple: los niños. Este mes y medio de prácticas ha sido el mejor de mi vida. Nunca nunca me había sentido tan querida, tan importante. Nunca me habían demostrado tanto cariño, nunca había confiado en mí tantas personas a la vez. Llegar cada mañana y ver 24 caritas sonriéndome ha sido mi motivo de felicidad estas últimas semanas. Y es que estos niños me han enseñado a ser feliz pase lo que pase, que los enfados duran 5 minutos y que todo con un abrazo se pasa. Sentir esa inocencia y ese cariño día a día me ha hecho sentirme bien, plena. Creo que hacía tiempo que no me sentía así, que no me sentía tan feliz y querida durante tanto tiempo. Y es que con ellos el trabajo no es ningún trabajo, porque no había cosa que me hiciera más ilusión que pasarme todas las tardes preparando actividades que luego ellos acogían con tanta ilusión y ganas. ¿Lo mejor de todo? El cariño de los niños y el darme cuenta de que sí, es a esto a lo que me quiero dedicar toda la vida, a enseñar, a verlos crecer, a ayudarles a que encuentren su camino, a ver cómo aprenden a leer, a escribir...Porque lo mejor de este mundo son los niños y yo quiero pasar mi vida a su lado.