Y un día, te miras al espejo y casi te gusta lo que ves. Sí,
no eres perfecta, pero por lo menos te ves y no te das asco, que ya es un gran
paso.
Hace un año estaba deprimida, no me gustaba la ropa, incluso
a veces no me apetecía salir por verme horrible con cualquier cosa que me
pusiera, hoy todo ha cambiado.
Ahora, después de perder 20 kilos por el camino, me siento
satisfecha, contenta... No voy a decir que me quiero, porque ese es otro tema
que necesito perfeccionar, pero digamos que estoy empezando a aceptarme.
Ahora me gusta ir a una tienda y ver que necesito 3,
incluso, 4 tallas menos de la que usaba, me gusta comparar mis fotos de antes
con las de ahora y ver el gran cambio, me gusta ver que lo he conseguido.
Algunas personas pierden peso por encajar, por gustar más a
los demás, yo no. A mí no me interesa el gustar más o menos: yo necesitaba
perder peso para empezar a vivir, para dejar de amargarme, para sentirme agusto
conmigo misma.
Nadie imagina lo orgullosa que estoy del progreso que he
hecho, pero tampoco nadie imagina el esfuerzo que hay por mi parte para llegar
a conseguir lo que me había propuesto. Empezar la dieta fue horrible, eso de no
poder comer muchas cosas que me apasionaban me dolía, el ver que la gente comía
bolsitas y dulces y yo no podía porque “estaba a dieta”. Poco a poco, comencé a acostumbrarme a comer
más sano, a controlar lo que comía y a no comer entre horas. También me tocó
ponerme en serio con el deporte, actividad que no me disgusta pero tampoco me
apasiona. Los primeros días acababa agotada, con agujetas por todo el cuerpo y
casi sin poder moverme. Pero conforme el tiempo iba pasando, le cogí el
gustillo a eso de moverme y entonces no podía estar casi ningún día sin ir a
aerobic, hacer bici o simplemente salir a andar una hora. También he tenido días odiosos, donde me pesaba
o me miraba al espejo y no veía ningún cambio después de hacer tantos sacrificios,
días en los que casi tiro la toalla, pero a cabezona no me gana nadie y
continué con mi propósito. Y sí, a día de hoy puedo decir que lo he conseguido,
que puedo salir a la calle sin querer esconderme, que puedo mirarme y no querer
morirme del asco.
¿Y sabéis lo mejor de todo? Que con esta experiencia no sólo
he perdido los kilos que quería, sino que he ganado confianza en mí misma, he
comprobado en mi propia piel eso de “quien quiere puede” y he visto que las
cosas, con esfuerzo y constancia, siempre se logran. Y que, aunque no veamos el
resultado inmediatamente, tarde o temprano, todo lo que hemos hecho merecerá la
pena. Porque son estos retos por los que merece la pena vivir, ya que la vida
consiste en eso, en ir consiguiendo cada uno de los retos que nos vamos
proponiendo.
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