Siempre me han
dicho que soy una desconfiada y que tengo la coraza puesta. Siempre me han
reprochado que estoy a la defensiva, que soy una pesimista. Pero ¿alguien
alguna vez se ha parado a pensar por qué soy así? No he nacido con una armadura
de “chica fuerte e insensible”. Es más, soy de las personas más sensibles que
hay sobre la Tierra. Pero, lo que ahora soy, no tiene nada que ver con lo que
era. Y es que llevo acumuladas miles de decepciones y golpes en el corazón.
Porque, cuando confías en alguien y ese alguien te falla, algo cambia en tu
interior. Llega un momento, donde hasta la persona más buena, te hace pensar
que algo malo tiene. Que mientras estás con alguien, sabes que terminará
haciéndote daño. Y cuando la vida te sonríe, ya estás preparada para que te
haga llorar en cualquier momento. Porque cuando te han hecho tanto daño y han
jugado tanto contigo, es imposible volver a tener esa inocencia y confianza que
antes te caracterizaba. Y sí, sigo siendo la tonta que intenta creerse las
mentiras de los demás, que piensa que no hay malas intenciones, sino malos
entendidos. Pero, en el fondo, sé toda la verdad. Por desgracia (o por suerte),
mi instinto protector nunca me falla y sé quién terminará jugándomela. Este
modo de vivir o pensar, puede no parecer bien al resto del mundo, pero a mí me
ayuda a no sufrir tanto cada vez que me decepcionan. En parte, cuando te
esperas una decepción, te hace menos daño. Y así es como me convertí en una
roca, una roca con mil sentimientos por dentro, pero la más dura de todas por
fuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario